En
ocasiones
el
Santo
Oficio
toma
la
forma
de
defensa
del
orden.
Un
caso
de
ello
es
el
proceso
de
Eugenia
“la
Borgoñona.”
En
1534
una
mujer
de
Toledo
denunció
a
Eugenia
en
la
Inquisición.
El
motivo
era
su
origen
extranjero,
por
ataviada
con
un
hábito
de
romera
y
enseñar
a
leer
a
jóvenes.
Pero
lo
que
le
condenaba
era
su
creencia
en
San
Jerónimo
y
San
Pedro
a
los
que
ella
tomaba
como
verdaderos
santos
y
Padres
de
la
Iglesia,
siendo
el
resto
de
papas
meros
hombres
que
tenían
afán
de
usura.
En
Toledo
recibió
la
autorización
del
inquisidor
general
en
persona.
Pero
lo
que
hizo
entrar
en
alerta
al
inquisidor
fue
su
afán
de
enseñar.
El
Licenciado
Vaquer
en
un
comunicado
a
sus
superiores
dio
a
entender
que
esa
mujer
llevaba
14
años
viviendo
en
la
ciudad
de
Toledo
y
que
era
un
peligro
por
ir
vestida
con
ese
hábito,
llevar
libros
de
horas,
ser
extranjera,
enseñar
a
leer
y
ser
mujer,
no
siendo
una
religiosa
oficial.
La
realidad
de
Eugenia
era
otra,
no
era
tan
pavorosa
como
recogían
estos
hombres
de
orden
que
la
tomaban
por
liberada
al
entrar
casas
de
quienes
ella
quería
desarrollando
su
labor
educativa.
Eugenia
había
nacido
en
Châtillon-sur-Sein
a
finales
del
siglo
XV.
Intentó
entrar
en
el
convento
de
Sainte-Claire
pero
al
no
tener
la
dote
correspondiente
fue
expulsada,
emprendiendo
el
camino
a
Roma
para
pedir
una
dispensa,
finalmente
la
obtuvo
y
llevó
a
cabo
la
vuelta
al
convento
pero
fue
asaltada
y
se
la
robaron.
Tras
esto
se
despidió
de
su
familia
y
renunció
al
convento
y
marcha
de
peregrinación
a
Santiago,
pasando
por
Guadalupe
hasta
Toledo
donde
se
queda
a
vivir.
En
Toledo
daba
clases
de
lectura
de
pago
por
las
mañanas
y
gratuitas
por
las
tardes
en
el
convento
de
San
Juan
de
los
Reyes,
donde
impartía
clases
a
grupos
mixtos.
Y
sería
en
ese
lugar
donde
comenzó
su
calvario
a
partir
de
las
dificultades
que
le
impusieron
los
franciscanos
por
ser
francesa
y
enseñar
a
leer
libros
de
horas
en
francés.
Se
quejó
a
las
vecinas
de
que
hablaban
en
misa
y
sufría
episodios
de
éxtasis,
hasta
tal
punto
que
la
Suprema
pide
a
la
Inquisición
que
no
la
moleste.
Esquivando
la
persecución
de
los
religiosos
llegó
apelar
a
Carlos
I
cuando
la
Inquisición
le
prohibió
enseñar.
En esta misma época también se estaba persiguiendo a un religioso de Alcalá llamado Ignacio de Loyola que pecaba de lo mismo que Eugenia, excepto en su género.
La mujer estaba relegada pues, al hogar y a no ser visto que tuviese una gran educación o conocimiento. Uno de los mayores opositores a la educación femenina fue Fray Luis de León.
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