jueves, 17 de mayo de 2012

El orden social


En ocasiones el Santo Oficio toma la forma de defensa del orden. Un caso de ello es el proceso de Eugeniala Borgoñona.
En 1534 una mujer de Toledo denunció a Eugenia en la Inquisición. El motivo era su origen extranjero, por ataviada con un hábito de romera y enseñar a leer a jóvenes. Pero lo que le condenaba era su creencia en San Jerónimo y San Pedro a los que ella tomaba como verdaderos santos y Padres de la Iglesia, siendo el resto de papas meros hombres que tenían afán de usura.
En Toledo recibió la autorización del inquisidor general en persona. Pero lo que hizo entrar en alerta al inquisidor fue su afán de enseñar.
El Licenciado Vaquer en un comunicado a sus superiores dio a entender que esa mujer llevaba 14 años viviendo en la ciudad de Toledo y que era un peligro por ir vestida con ese hábito, llevar libros de horas, ser extranjera, enseñar a leer y ser mujer, no siendo una religiosa oficial.
La realidad de Eugenia era otra, no era tan pavorosa como recogían estos hombres de orden que la tomaban por liberada al entrar casas de quienes ella quería desarrollando su labor educativa.
Eugenia había nacido en Châtillon-sur-Sein a finales del siglo XV. Intentó entrar en el convento de Sainte-Claire pero al no tener la dote correspondiente fue expulsada, emprendiendo el camino a Roma para pedir una dispensa, finalmente la obtuvo y llevó a cabo la vuelta al convento pero fue asaltada y se la robaron. Tras esto se despidió de su familia y renunció al convento y marcha de peregrinación a Santiago, pasando por Guadalupe hasta Toledo donde se queda a vivir. En Toledo daba clases de lectura de pago por las mañanas y gratuitas por las tardes en el convento de San Juan de los Reyes, donde impartía clases a grupos mixtos. Y sería en ese lugar donde comenzó su calvario a partir de las dificultades que le impusieron los franciscanos por ser francesa y enseñar a leer libros de horas en francés. Se quejó a las vecinas de que hablaban en misa y sufría episodios de éxtasis, hasta tal punto que la Suprema pide a la Inquisición que no la moleste. Esquivando la persecución de los religiosos llegó apelar a Carlos I cuando la Inquisición le prohibió enseñar.





En esta misma época también se estaba persiguiendo a un religioso de Alcalá llamado Ignacio de Loyola que pecaba de lo mismo que Eugenia, excepto en su género.


 La mujer estaba relegada pues, al hogar y a no ser visto que tuviese una gran educación o conocimiento. Uno de los mayores opositores a la educación femenina fue Fray Luis de León.

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