Es
una
injuria
material
hecha
a
objetos
sagrados
pero
que
constituyen
poco
trabajo
al
Santo
Oficio.
Son
casos
muy
variados
como
lo
eran
sus
sentencias.
Destaca
el
caso
de
unos
segadores
de
Guadalajara
que
tras
una
dura
jornada
de
trabajo
arrancaron
una
cruz
e
hicieron
una
procesión
con
cánticos
y
actos
obscenos,
acabándola
con
una
gran
juerga
en
una
posada.
Pero
el
inquisidor
Vaquer
que
estuvo
en
Guadalajara
convocó
a
los
posaderos
y
a
los
segadores
y
sin
tomarse
el
asunto
por
lo
trágico
lo
condenó
a
hacer
el
camino
que
hicieron
hasta
Valdegrudos
descalzos
y
en
camisa
llevando
una
nueva
cruz
para
restablecer
la
que
fue
arrancada
pagando
cada
uno
6
ducados.
Sin
embargo
en
otro
caso
en
el
que
un
morisco
llamado
Juan
Carrillo
que
le
propinó
un
puñetazo
a
la
estatua
de
Nuestra
Señora
fue
condenado
a
tortura
al
negarse,
se
resistió
y
se
sobresee.
Simplemente
como
acto
de
presencia
de
la
Inquisición.
Pero
aquí
tenemos
otro
caso
grave,
fue
el
de
Benito
Ferrer
que
en
varias
ocasiones
intentó
ser
religioso
pero
se
le
negó
y
en
Madrid
vivió
haciéndose
pasar
por
sacerdote
hasta
que
un
día
en
una
misa
de
la
Corte
llevó
a
cabo
un
acto
de
sacrilegio
con
la
hostia
en
mitad
de
la
misa.
Fue detenido y sometido a interrogatorio, pero tras todas las negativas que el acusado daba y rehusarse a declarar, el inquisidor declaró pena de fuego y en enero de 1624 fue llevado a la hoguera. Sin embargo, esta condena solo causó reacciones radicales como la de Antoine Maurin que declaró que Ferrer murió como cristiano recogiendo un hueso de entre las cenizas como reliquia o Juan de Larra que fue condenado a galeras por llevar a cabo un sacrilegio con la estatua de Nuestra Señora en San Sebastián. Renault de Peralta y Gabriel de Guevara llevaron a cabo la misma acción que Ferrer en el convento de Santa Bárbara y Santa Fe. Tras ser detenidos se creó una comisión especial, pero en este caso la que se retractó y dio marcha atrás fue la Inquisición al negar Maurin y ser creído, finalmente se archivó el caso. Larra dijo que padecía problemas mentales, en efecto tuvo varios casos anteriormente de locura. Esto da a entender que la Inquisición lo que buscaba era reprimir a merced de cualquier exaltado. Más bien eran como obras de educación, ya que la Inquisición era sabedora de que la represión cruel no levaba a ningún lado y que a través de la penitencia el castigo se corregía en cuanto a la responsabilidad y que esto sirviera para corregir a otros de boca de otros.
Fue detenido y sometido a interrogatorio, pero tras todas las negativas que el acusado daba y rehusarse a declarar, el inquisidor declaró pena de fuego y en enero de 1624 fue llevado a la hoguera. Sin embargo, esta condena solo causó reacciones radicales como la de Antoine Maurin que declaró que Ferrer murió como cristiano recogiendo un hueso de entre las cenizas como reliquia o Juan de Larra que fue condenado a galeras por llevar a cabo un sacrilegio con la estatua de Nuestra Señora en San Sebastián. Renault de Peralta y Gabriel de Guevara llevaron a cabo la misma acción que Ferrer en el convento de Santa Bárbara y Santa Fe. Tras ser detenidos se creó una comisión especial, pero en este caso la que se retractó y dio marcha atrás fue la Inquisición al negar Maurin y ser creído, finalmente se archivó el caso. Larra dijo que padecía problemas mentales, en efecto tuvo varios casos anteriormente de locura. Esto da a entender que la Inquisición lo que buscaba era reprimir a merced de cualquier exaltado. Más bien eran como obras de educación, ya que la Inquisición era sabedora de que la represión cruel no levaba a ningún lado y que a través de la penitencia el castigo se corregía en cuanto a la responsabilidad y que esto sirviera para corregir a otros de boca de otros.
Los
informes
sobre
la
actividad
que
llevó
a
cabo
la
Inquisición
de
Calahorra
a
la
Suprema
en
1553
no
son
precisos.
Trece
casos
entran
en
la
categoría
de
blasfemia
o
sacrilegio
y
siete
no
están
detallados,
ya
que
solo
una
palabra
informa
de
la
naturaleza
del
caso
y
otros
siete
se
pueden
precisar.
Había
una
gran
variedad
de
blasfemias
la
mayoría
fruto
de
enfados
o
de
la
ignorancia
de
los
dogmas
católicos.
Los
inquisidores
reunían
comisiones
de
calificadores
para
organizar
los
casos
y
constatar
si
la
expresión
recogida
era
errónea,
escandalosa
o
herética,
muchas
terminaban
siendo
tratadas
de
inofensivas,
pero
las
de
ideología
dudosa
eran
retiradas
de
la
circulación.
Algunos
casos:
Juan
Sáenz
sostuvo
que
tras
la
muerte
de
Jesús
todos
vamos
al
cielo;
no
hay
infierno.
En
Quintanillas
del
Monte
Juan
de
la
Rioja
ofició
misa
sin
ser
sacerdote
con
las
vestiduras
de
clérigo,
abrió
el
misal
y
dio
misa
echando
agua
bendita
con
el
guisopo.
La
Inquisición
ante
la
duda
de
si
lo
hacía
pro
fala
de
curas
o
de
una
fiesta
humorística
lo
condenó
a
misa
en
esa
misma
iglesia.
En
Logroño
en
1580
la
Inquisición
recogió
varios
casos,
algunos
de
ellos:
Pedro
de
Avia,
sacerdote
y
converso,
fue
condenado
por
haber
dicho
que
quien
quiere
que
observe
la
ley
natural,
se
salva,
aunque
no
esté
bautizado.
María
Marcos,
fallecida
antes
de
ser
detenida,
se
le
persiguió
por
decir
en
el
horno
a
otras
mujeres
que
no
había
purgatorio,
que
las
almas
de
los
difuntos
purgan
sus
faltas
bajo
los
canalones
de
los
techos
y
bajo
el
sudario
que
envuelven
sus
cuerpos.
Gabriel
López,
vecino
de
Galindos,
que
se
dedicaba
a
la
mendicidad
y
que
era
cristiano
practicante,
no
sabía
por
qué
se
le
había
detenido.
Durante
las
primeras
sesiones
de
interrogatorio
niega
y
es
dado
por
hereje
por
el
fiscal.
Su
delito
fue
dar
una
oración
en
la
que
decía
que
Jesucristo
era
“trino
y
uno.”
Tras
varias
sesiones
respondiendo
que
era
cristiano,
que
había
un
solo
dios
verdadero
y
que
Jesucristo
era
trino
y
uno,
acaba
confesando
que
un
clérigo
en
la
cárcel
de
Camarena
rezó
una
oración
a
Nuestra
Señora
y
un
Ave
María
en
donde
se
daba
a
entender
esa
fórmula
herética.
Finalmente
después
de
su
ingreso
en
cárceles
inquisitoriales,
en
octubre,
se
le
deja
en
libertad,
asignándole
residencia
en
Toledo.
El
4
de
junio
abjuró
de
levi
en
la
Plaza
de
Zocodover
en
un
auto
de
fe
y
se
le
prohíbe
para
siempre
recitar
oraciones
no
aprobadas
por
la
Iglesia.
Este
es
el
proceso
típico
de
la
Inquisición.
Un
hereje
en
el
banquillo
se
agarra
a
la
fe
inconscientemente.
La
preocupación
del
Santo
Oficio
es
la
de
hacer
confesar
y
la
de
convencer.
Se
le
enuncia
al
acusado
formulaciones
complejas
para
que
se
contradiga
consigo
mismo
y
hacerle
tomar
conciencia
de
las
formulaciones
de
la
fe
que
él
conoce
de
memoria
y
que
contradice
a
lo
que
antes
dijo.
La
escena
se
lleva
a
cabo
en
un
ambiente
de
tensión:
en
la
cárcel,
el
fiscal
usa
la
palabra
hereje
en
su
acusación.
El
acusado
entra
en
nerviosismo,
presa
del
miedo
y
ante
la
idea
de
verse
con
una
etiqueta
que
le
avergüence,
niega
en
la
forma
en
la
que
se
percibe
así
mismo.
El
prestigio
del
juez,
garantía
de
la
fe
suprema
y
su
evidente
superación
intelectual
llevan
a
que
el
detenido
se
derrumbe
y
admita
lo
que
se
quiere.
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